20 dic 2009

Las apariencias engañan


El nuevo encargado para América latina del Departamento de Estado, Arturo Valenzuela, desembarcó a comienzos de semana en Ezeiza y su visita dejó un sabor amargo en los paladares de todos aquellos que creyeron que la asunción de Barack Obama significaría un cambio significativo en la política del país del Norte hacia "el patio trasero". La inspección golondrina del funcionario demócrata a nuestro país también hizo recordar a la sabia frase del gaucho Martín Fierro que bien aconseja: "Si entre hermanos se pelean, los devoran los de afuera".

Haciendo un paralelismo inoportuno entre la moraleja de la creación del escritor José Hernández y el panorama local, Valenzuela se reunió con tres posibles candidatos de la oposición de cara al 2011: el vicepresidente Julio Cobos, que -paradójicamente- es el primero en la línea sucesoria de la jefa de Estado, Cristina Fernández, y el más fuerte -aunque inepto- candidato del partido radical; el jefe de Gobierno, Mauricio Macri, y el diputado por Unión-PRO y empresario de medios Francisco De Narváez. Lo que significó un flaco favor a la institucionalidad de la gestión actual.

Como si fuera poco, brindó una conferencia de prensa donde hizo alusión a la preocupación de los empresarios estadounidenses por la "inseguridad jurídica" que acusaron existe en el sector. La frutilla del postre la dio, sin embargo, cuando reveló que sus compatriotas en la Argentina tienen nostalgia por 1996, el año de oro del menemismo y el neoliberalismo, la fiesta más cara de los ricos locales que llevó a una de las resacas más desastrosas de nuestra historia: la crisis del 2001-2002.

¿Realmente existe un faltante de seguridad jurídica en nuestro país? Si repasamos la argumentación de Valenzuela desde el 2006 a la actualidad para sostener este concepto, la respuesta es un rotundo "no". La desconfianza y la inseguridad jurídica no dependen de lo que haga o deje de hacer este Gobierno. El palo en la rueda es "este" Gobierno, como otros de la región, a los que el propio funcionario calificó como "una aberración de la democracia". Fue el término con el que, en un reportaje realizado por el diario La Nación, se refirió al mandato del presidente boliviano de raíces indígenas Evo Morales.

"Hay una tendencia a pensar que la democracia es de las mayorías", declaró en septiembre de 2006 hablando de Latinoamérica y los gobiernos con liderazgos fuertes, que en los Estados Unidos consideran "populistas". Aquí está el foco del asunto. Valenzuela y los suyos conciben a la democracia como una forma de gobierno para algunos en desmedro del resto -o sea, el pueblo-, y la negación de su existencia no es más que otra cosa que ocultar las tensiones de una sociedad que está en pleno proceso de cambio, en búsqueda de redistribuir la riqueza o por lo menos el ingreso. Es, por sobre todas las cosas, la eterna argumentación que siempre surge a la hora de defender el status quo vigente.

Lo cierto es que el decepcionante paso del diplomático estadounidense por el país se suma a la larga lista de señales ambiguas dadas por Obama: condenó el golpe en Honduras, pero apoyó las elecciones y cerró un acuerdo con Colombia para instalar sus militares en siete bases en el corazón sudamericano. Además, no logró cerrar Guantánamo y está permitiendo que el vice de Paraguay, Federico Franco, encabece la avanzada golpista contra su ex compañero de fórmula y actual primer mandatario Fernando Lugo. Si este es el camino que va a tomar el primer presidente negro que desembarca en la Casa Blanca, no me quedan dudas, las apariencias engañan. Y mucho.

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